11/11/09

5 a.m.

Correo electrónico enviado por el capitán de mi equipo de barco-dragón (dragon boat) para todos los miembros que deben perfeccionar su técnica, o sea, para mí:

Sunday, November 29th arrive by 5am, Boats on the water by 510, Boats set sail to the other side of Blackwattle bay at 520, First Heat @ 540am

Domingo, noviembre 29 llegar a las 5 de la mañana. (Dicho sea de paso, no me levanto a esta hora ni para ir a trabajar). Las barcas estarán el agua sobre las 5.10 (¡uh! ¡bien!, puedo llegar 10 minutos tarde) Y el correo sigue con más datos, todos ellos anteriores a las 6 de la mañana.

¿A quién?, decidme, ¿a quién, en su sano juicio, se le ocurre poner un entrenamiento un domingo a las 5 de la mañana? Ya el año pasado me negué a asistir porque mi cuerpo no aguanta tal maltrato. Y no es sólo el madrugón, es llegar allí a las 5am para salir a remar como si Roma fuera a atacar Cartago. Pero cuál es mi sorpresa cuando en el siguiente entrenamiento, yo suelo ir a las sesiones de entre semana a las 6.30 de la tarde, mis compañeros comentaban alegremente y con júbilo los pormenores de su sesión de perfeccionamiento, sin decir ni mu, pero ni mu, del gran madrugón. ¡Dios bendito! ¡No daba crédito! ¡Son máquinas!

De veras que me encanta este deporte. De veras que yo intento ser participante activo. Pero chicos, no puedo; esto me mata. Dejé de asistir a los entrenamientos del domingo porque empiezan a las 8 de la mañana y joé, yo no soy un juerguista nato, ya me conocéis, pero una cerveza el sábado cae y no estoy precisamente a las 11 en la cama. No he ido a ninguna competición aún porque son a 50 kilómetros de Sydney y hay que estar como un reloj a las 7 allí. Y resumiendo, que si algo me cuesta en esta vida es madrugar tanto.

Un abrazo muy fuerte. Me acabo de acordar que precisamente el domingo 29 estoy en Melbourne porque tengo una conferencia esa semana, o sea, que no necesito inventar ninguna excusa (¡yuju!).



Foto tomada de http://english.people.com.cn/200506/03/images/0602_B32.jpg.

Abrazos.
Óscar P.C.

10/11/09

Un guardián de café.

Me han nombrado uno de los guardianes de café del departamento. Todo un honor, para que negarlo. Es un cargo nimio, pero me hace sentir parte activa de nuestro grupo y me alegra saber que mis compañeros confían en mí para cuidar tan magno y preciado tesoro.

Creo que todo vino dado porque ayer nos trajeron una nueva máquina de café, después de que la anterior dijera adiós tras años de fiel servicio a la comunidad del departamento, y yo me interesara por leer las instrucciones y ponerla en marcha.

Así que ahora tengo un táper lleno de granos de café en una de las estanterías de mi despacho. Si hay que reponer café en la máquina, servidor no tiene más que hacerlo.

Y además, ¡qué maravilla abrir la puerta y sentir ese olor tan agradable a café! Me recuerda a las tiendas del centro de Madrid, esas de las que quedan pocas en las que se vende café a granel.

Sin más, se despide de ustedes el que subscribe con el último parte de volumen de café en la máquina:

El recipiente está lleno de café hasta la mitad. No es necesario reponer por el momento.
Tanque de agua, también a mitad. Final del parte.

Atentamente.
Óscar P.C.

PD: Sí, ya sé que me tomo muy seriamente determinadas tareas que son insignificantes que hasta escribo varios párrafos. Pero de veras, que esto me divierte.