Si a nuestras vidas les vamos quitando aderezos y las desnudamos, y las devolvemos o dejamos con la esencia, es decir, con lo que vinieron a la vida para ser vida, ¿qué nos queda?, ¿qué hay ahí?, ¿o quién? Toc-toc.
Nosotros mismos. Yo mismo.
Nosotros mismos. Yo mismo.
Es un juego de imaginación que vengo haciendo de vez en cuando. Curiosamente me reconforta, me hace sentir bien; me gusta encontrarme conmigo mismo en las tardes de invierno en el sofá de casa mientras ceno mis verduras hervidas, o en la jornada de trabajo mientras me dejo llevar por los sueños.
Pero sobre todo me regocijo con esta abstracción ante las adversidades, ya sean mínimas, máximas, justificadas o no. Me gusta saber que si carezco de todo, aún quedo yo. Yo con mis pensamientos, mis recuerdos, mis felicidades. Yo con mis defectos y virtudes.
Quizá sea demasiado egocéntrico. Pero ojo, me funciona.
Quizá abuso en ocasiones, sobre todo en ésas en las que un pequeño contratiempo es toda una galaxia de supernovas y exoplanetas. Ésas en las que me gusta sentirme víctima porque hay un pequeño placer en ello. Y mi mente, que ya ha aprendido a cómo salir de ese agujero negro, busca soledad y una a una va derrumbado capas hasta que se tranquiliza por saber que tras todos los telones aún estoy por aquí.
Preparado para la función.
Abrazos.
Óscar P.C.
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