1/12/08

Mi pueblo

Hoy hablaba con Vanessa por el messenger. Vanessa es de aquellas personas de las que tengo un recuerdo desde siempre. Y puede pasar el tiempo y los años, que cuando nos encontramos, parece que nos vimos ayer mismo. Y en cierto modo, nos sigo viendo como aquellos niños que iban en bicicleta de un lado a otro, o jugaban a las tabas o hacían cabañas con palos de madera.

Echo de menos esos veranos interminables en el pueblo de nuestros abuelos. El estar todo el día en la calle, cazando renacuajos en el pilón, yendo de excursión por el monte o simplemente sentados en cualquier lugar charlando y riendo. Cuando terminaba de cenar, siempre iba a buscar a Vane (éramos vecinos) y como Vane siempre ha sido muy lenta (sin acritud), siempre tenía que esperarla. Me sentaba con su familia y como uno más, mataba el tiempo hasta que ella estuviera arreglada. Al salir, teníamos que ir a buscar al resto, o bien, como muchas veces pasaba, el resto venía allí a esperar también.

Recuerdo con nostalgia el llegar a casa por la noche y que nuestras abuelas, tíos y tías estuvieran “tomando el fresco” en el poyo charlando animosamente. Los que no llegaban pronto, no tenían sitio en el poyo y no les quedaba más remedio que traer una silla de casa. Mi abuela, se llevaba hasta un cojín para estar de lo mas cómoda. Allí, cada tarde y cada noche se reunían todos los vecinos de “El Cerrillo”: la tía Martina, que yo siempre la he conocido con el pelo blanco y muy arrugada, pero eso sí, una mente rápida y un gran sentido del humor. Su marido, el tío Ángel, no muy hablador. La tía Hipólita, la abuela de “la Vane” y hermana de Martina. Mi abuela, a la que yo adoraba y con la que podía pasar horas y horas. Andrea, sobrina de Martina e Hipólita. La Pepa, andaluza emigrada a Castilla (aún recuerdo el día que se tiró el pedo más grande que yo he oído en mi vida. La tía Martina pensó que era una explosión de un petardo y se agarró a mi brazo corriendo. Qué risa aquella noche). Consuelo (la tía de Vane que todos los años nos llevaba al menos un día al campo), Pedro, Conchi y sus cuatro hijos, Emiliano, Jose (y el gato y el perro de Emiliano y Jose), mis padres (las veces que estaban en verano con nosotros en el pueblo), los padres de Vane, etcétera.

Recuerdo que nos sentábamos ahí, y o bien pedíamos que nos dejaran marchar otra media hora más (hasta las doce y media o una de la noche) o bien nos quedábamos escuchando y participando de la conversación. Nos echábamos unas buenas risas. Y todo terminaba cuando las abuelas decidían que hora de ir a dormir o bien antes de que la farola de “El Cerrillo” se apagara e hiciera mucho mas difícil el camino de vuelta a casa.

Qué veranos tan felices. Un abrazo para todos.

1 comentario:

  1. que post más bonito!! me alegro leerte como siempre feliz y contando de los innumerables amigos. te quiero mucho!!

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